quarta-feira, 25 de outubro de 2023

La canción de Facundo Cabral – Pipo Lernoud, Revista Canta Rock/1984

 


Hace veinticinco años que es un rebelde y no afloja. Viaja por el mundo cantando como los antiguos trovadores y gauchos payadores, y a pesar de tener más de sesenta discos editados la industria del espectáculo no consigue someterlo. Su historia si que vale la pena.


Yo nací en La Plata y me crié en Bertisso. Mi padre era un tipo pintón, de familia rica, con bastante cultura. Mi madre era pobre e inculta, y no podía creer que alguien como mi viejo la amara. Después de tres hijos mi viejo se plantó con otra mujer. Fue una maldición. Vivimos dos años y pico en la calle. Allí fue que conocí a Perón, en un desfile. Me acerqué a mangarle trabajo y me mandó a un laburo en Tandil. Y esa fue una bendición, porque me alejó de mi familia, me obligó a despertarme y rebuscármelas solo. En realidad, desde chico anduve en al calle. Y ya sospechaba que si mi padre se había ido, había otro padre, intangible, que no me abandonaba nunca, el mismo padre de los cereales y las ratas. Esa idea inocente fue como un faro en la oscuridad. Todo el tiempo anduve tratando de detectar por donde andaba mi Gran Viejo. Eso me llevó a leer a Whitman, a Rimbaud, a Krishnamurti, a los orientales, a los budistas, a la Bíblia.

En Tandil escribía en un diario, “El Eco”. Yo era muy pibe, así que ponían la foto de otro señor y otro nombre firmando mis artículos, porque nadie iba a prestar atención a lo que escribe un pibe de trece años. La columna se llamaba “En contra de nadie y a favor de ninguno”. Salía a destruir a la gente todas las mañanas. Me daba la vuelta al pueblo, pasando por la plaza y el bar Ideal y escribía contra todo lo que había visto. Como si ellos tuvieran la culpa de que a mí me hubiera ido mal en la vida. Después me reconcilié con Tandil.

Seguí ejerciendo el periodismo en el “Diario Argentino”, de La Plata y en “La Capital”, de Mar del Plata. Siempre me resultó fácil contar cosas, mucho más fácil que vivir. Por eso yo estaba convencido de que mi destino iba a ser la literatura. Fue por accidente que entré en la música. Vivía del periodismo hasta que tuve la aventura del Hermitage y empecé a hacer crónicas orales.

¿Cómo empezaste a cantar?

Fue el 31 de diciembre del 59. Fui al Hotel Hermitage de Mar del Plata y pedí laburo. Me preguntaron que sabía hacer. “Cantar”, dije yo, que apenas sí sabía abrir la boca. Pero me dieron bola. Subí al escenario del Salón Versalles y le dije a la gente de gala que había allí: “Yo no sé lo que hago aquí arriba, pero seguramente ustedes tampoco saben qué hacen aquí adentro. Algo voy a aprender. Por ejemplo, yo sé donde está la plata que a nosotros falta. Y voy a aprender nombres de comidas que los pobres nunca comemos. ¿Cómo se llama lo que está comiendo usted, por ejemplo?”. Y les hice decir todos los nombres de los platos complicados que comían. La mitad del hotel me quería echar a patadas y la otra mitad me ovacionó. Pero le gusté a Sandrini, y me quedé toda la temporada.


Desde chico anduve en la calle.


Toda mi vida me pasó eso, de dividir a la gente entre los que me odian y piensan que soy una porquería y los que me aman y piensan que soy maravilloso. Y ambos extremos exageran, por supuesto.

Entonces saliste como el Indio Gasparino, del qual no le gusta mucho hablar.

No es que le esquive el bulto de esa época que me trajo muchas alegrías. Me escuchaba todo el mundo, era el tercero en ventas, después de Palito y Leo Dan, los ídolos de la época. Algunas canciones de entonces siguen teniendo mucha fuerza, como “Vuele bajo”, que es la que más pide la gente. “Juana vente pal corral” era divertida y picaresca. También estaba “La hoja voladora”. La gente cantaba conmigo en los grandes festivales de los clubes. Yo les contaba que mis canciones tenían que transformarse cuando aparecían las Ligas de Madres de Familia, los milicos y los censores a vigilar la moral y la ideología del público. Les decía que había que seguir cantando, colando las canciones por debajo de las puertas.

Llegué a vender ciento ochenta mil longplays, que era muchísimo. Pero no me gustaba el “ambiente artístico” de la época, era muy mediocre. Todavía no había salido la nueva canción de los cafés concert ni la polenta renovadora de rock.

Un día, en una gira por Venado Tuerto, decidí largar todo y me fui. Le di toda la guita que tenía a mi vieja. Ella me dijo: “Vos no me das la plata porque seas un buen hijo sino porque te las querés sacar de encima”. Y tenía razón.


VAGABUNDEAR ES CULTURA


Entonces me fui a Mendoza, donde anduve dando vueltas. De ahí pasé a Chile y la isla de Pascua, donde me quedé ocho meses, y al Cuzco, donde viví casi un año. Cambié mucho. Me dejé la barba, me dediqué al vagabundaje.

A la vuelta me encontré con Nacha Guevara, que me propuso hacer algo juntos. Saqué muchas canciones delirantes como “Indio go home” y “Dale, dale Federico”, que fue un éxito a pesar mio. La agarró radio Colonia, la radio uruguaya que en esa época tenía mucha audiencia aquí porque contaba toda la verdad de nuestros golpes militares, y le entró a dar manija hasta que la convirtió en un éxito.

Laburé con Pedro y Pablo, que estaban debutando, con Moris, con Pony Micharvegas. De pronto, sin darme cuenta salí de los clubes de barrio y me transformé en un bicho intelectual. Me hacían notas para los suplementos culturales, andaba en el circuito de café concert, lleno de psicólogos y escritores. Al principio era divertido andar entre esa gente,ser escuchado por las minorías cultas. Era uno de los personajes de la Galería del Este y el Instituto Di Tolla. La censura me perseguía mucho. Pero tocaba en boliches caros, como toda la izquierda elegante, y de pronto había pibes de los barrios del sur, pibes pobres que querían escuchar pero no tenían guita para pagar entradas altas. Yo me sentía una mierda. Me peleaba con los dueños de los boliches por eso.

Entre censuras y protestas me había echo mala fama. Un día, en 1971, cae la policía en mi casa. Me llevaron a Toxicomania acusado de consumir drogas. Lo divertido del asunto es que lo hice de todo en la vida, menos tomar drogas, que no me atraen. Nunca tomé. No estoy ni a favor ni en contra, simplemente no me interesan. Pero los tipos lo querían era acusarme de algo, arruinarme la vida. Después supe que estaba en la lista de amenazados, cuando le pusieron una bomba a Nacha Guevara.

Asé la noche adentro, y me trataron muy mal durante dos horas. Hasta que me cansé y lo encaré a uno de los tipos y le digo: “Vos podés hacer lo que quieras conmigo, pero vos no existís. Tu pobre vida es hacer sufrir a los demás. Ustedes no me duelen”. En realidad estaba quebrado, los tipos habían conseguido amargarme. No era verdad que no me dolía, pero yo no quería que el tipo tuviera el placer de verme sufrir. Finalmente apareció uno de los Zupay, que es abogado, y me sacó.


Me transformé en un bicho intelectual.


Yo estaba con una depresión terrible, y me fui a buscar algún amigo al bar Suárez. Me quedé allí toda la mañana hasta que pasó Pepe Parada, que me dice: “Estás amargado. No tenés guita”. Se metió la mano el el bolsillo, me dio ochenta dólares. Y como le dije que me quería ir, me ofreció ir a tocar a Venezuela. “Hay poca guita, pero te banco el pasaje y el hotel”, me dijo.

Cuando subía al avión me sentí libre, en el cielo, en la tierra de nadie. Era empezar de nuevo. En Venezuela no había trabajo, pero al poco tiempo me salió un contrato por cuatro actuaciones en un espectacular de televisión famoso: “El show de Reny”.

Para abreviar: en el Caribe gané 48.000 dólares. Volví aquí y le compré una casa a mi vieja con el terreno que tenía al lado. Le compré una camioneta a mi hermano para que labure. Y me volví a ir.


EUROPA Y DESPUÉS EL MUNDO


De allí en adelante anduve viajando por América y después pasé a Europa, y siempre tuve una suerte impresionante. En Europa grabé como cincuenta longplays en vivo en varios idiomas. Y durante años estuve haciendo giras y actuaciones. Llegué a juntar una fortuna enorme . Me compré un Jaguar, no sabía qué hacer con la guita. Le mandé plata a mi vieja para que se compre una casa en un barrio elegante. Se compró una casa de la gran siete, pero a los quince días me llama mi hermano diciéndome que la vieja está triste. No tenía con quien hablar. ¿Cómo iba a ir al mercado, a tomar mate y escuchar el radioteatro?


En Europa junté una fortuna.


Y yo, ¿qué puedo hacer en Callao y Alvear? No se trata de tener o no tener la guita para vivir allí. No sé moverme entre esa gente. El otro día, en Bragado, un paisano de botas y sombrero me dice: “Mire Cabral, tengo cuatro entradas para verlo, nos venimos del campo con unos compañeros en el sulky”. Con ese tipo si me vuelvo loco. Ese tipo viene porque realmente necesita escuchar algo sincero, no porque yo esté de moda o algo así.


Recorrí 140 países viviendo con la gente.


Y bueno, estaba en Europa con todo ese éxito y esa guita. Y un día me pregunté: ¿Para qué vine yo a Europa?”. En realidad yo quería ir a Bangkok, a Siam, porque me interesaba el budismo. Quería visitar Paris para ver las viejas cuevas existencialistas. Y de golpe me sentí atrapado. Me había olvidado de qué era lo que realmente estaba buscando.

Decidí que no había venido a Europa a amontonar plata. Dejé el Jaguar en Roma, dejé todo lo que tenía y me fui de viaje a la India, al Lejano Oriente, a Israel, a China Roja. Estuve en muchos mundos diferentes, conociendo y viviendo de primera mano otras culturas, otros sistemas sociales. Viví en un kibutz en Israel, donde trabajan sin parar para fertilizar el desierto y convertirlo en campos verdes, y viví con los beduinos marroquíes, que galopan de una punta a la otra del Sahara en sus camellos pensando que si Allah hizo el desierto por algo será. Estuve en japón, donde el capitalismo y la industria corren a toda velocidad, y en China Roja, donde un basurero amigo vive en el mismo barrio que un sabio atómico y los jerarcas andan en bicicleta. En China me dijeron de muy buen modo que tenía que irme, porque lo mío era postrevolucionario, para cuando la sociedad justa ya esté construida, que ahora solo servía para distraer a la gente de su trabajo. “Entonces su canción será bienvenida, señor Cabral.”

En todos lados pasa lo mismo: antes de gozar libremente de la vida, tenés que pagar el pecado original, la deuda externa o la dictadura del proletariado.

¡Ah! ¡Pero de eso no se escapa nadie! ¡Es la zanahoria que hace caminar al burro! Es el ideal y la culpa. Existiendo un ideal que uno cree firmemente que es verdad, entonces todo lo demás es mentira, y los otros son mis enemigos. Rubinstein decía: “Mis únicos enemigos son los que creen que tienen enemigos”. Si yo busco un ideal, veo la vida que vivo como algo inferior a ese ideal, como algo imperfecto. Y siempre voy a estar sufriendo.

Vos sufriste lo tuyo, y sin embargo…

Tengo 47 años, en cuatro años estuve tres veces en estado de coma, me extirparon dos tumores, mi mujer americana murió en un accidente de aviación cuando le faltaban tres días para dar a luz a mi hijo; pasé por Vietnam y vi como los yanquis quemaban un pueblito con napalm, me pegaron once balazos y todavía tengo las balas adentro, me pasó de todo.


Nunca pensé que llegaría a ser masivo.


Mi vida fué mágica. La gente me pregunta: “¿Qué hiciste para que te pasaran tantas cosas?”. Y yo no hice nada. Yo salí al mundo con una actitud abierta, despierta, sin miedo. Y las cosas empezaron a pasar, las buenas y las malas. Buda decía: “Lo que tiene que ser, será”. Debe de haber un plan que rige todo esto. Un plan que incluye la diversidad, la infinita variedad siempre cambiante de la vida. Y vos te bancás la vida o no.

La vida está afuera, si salís la vas a encontrar. No fuera de tu país o de tu casa, sino fuera tuyo. Porque si te quedás en tu mundito mental no conocés la vida, mamás de tus pobres prejuicios personales.


HOY, AQUÍ


Los jóvenes están descubriendo eso, se están abriendo…

Los pibes empiezan a despertar y se dan cuenta de que lo que les ensesu viejo es poco convincente. Y tampoco pueden aceptar una sociedad que es castradora en todos los planos. Antes estaba la dictadura que no te dejaba vivir, ahora está el “Papá Estado”, que es la teta donde maman los ciudadanos, el gran aparato de burócratas, políticos y sindicalistas que decide todo por vos. Si cuando yo tenía diecisiete años alguien me hubiera dicho lo que estamos diciendo ahora arriba des escenario los roqueros y yo, no hubiera hecho falta buscar tanto. Y no hubiera recorrido solo 140 países. Hubiera dado la vuelta al sistema solar siete veces, con la polenta de descubrir que mi libertad depende de mí. Hace treinta años, un pibe no podía ser diferente. Ahora la cosa se está abriendo, porque la fachada falsa del consumo y el buen comportamientos e cae a pedazos. Y el mundo tiene que cambiar, porque si no desaparece. Son los pibes diferentes, los que no aceptan la lógica del terror los que van a hacer el cambio. Y no quiero ser apocalíptico, pero el mundo se pudre, 60% de la humanidad come menos de lo necesario. Y otra gente nada en confort y cosas inservibles, pero se aburre. Nadie es dueño de nada en esta tierra, sólo de aquello que puede gozar. Uno no es dueño ni de su propia vida.

Vos aprovechás poco tus capacidades musicales. Cantás y componés poco.

Porque a mi me gusta la narración, la charla. La mayor parte de las cosas que quiero decir no caben en el formato de la canción. Es difícil poner ritmo y limites a algunas de las cosas que tengo para contar. Cuando vi caer el napalm, por ejemplo. Todo eso prefiero contarlo sin tratar de darle una forma melódica. Ahora estoy reuniendo todos mis apuntes de los últimos veinte años para armar varios libros, que saldrían de a uno por año. El primero se va a llamar “Paraiso a la deriva”.

Y por eso tus cosas son una mezcolanza de humor, espiritualidad, sexo, protesta, de todo…

Es como la vida, sucede todo junto, al mismo tiempo. Yo no voy a convertirme en un protestón, en un aburrido cantante “espiritual” o un humorista. Yo quiero conservar vivo todo lo que siento.


Salí al mundo con una actitud abierta, y me pasó de todo.


Yo antes pensaba que lo mio nunca iba a ser masivo. Y ahora, que me ve mucha gente, sigo siendo el mismo, no le doy bola a la profesión. Para los pibes jóvenes, yo nací ahora, me conocen desde Ferro Cabral. Ellos están en el momento de empezar a leer Whitman, a escuchar el primero Spinetta, a tener las grandes experiencias y descubrimientos de la vida. Y cuando pensás que tus canciones están en la lista de los grandes descubrimientos de un pibe que empieza… Yo me quiero morir. Si tuviera que pasar de nuevo todas las cosas dolorosas y todas las cosas hermosas que pasé para volver a cantar en mi país, frente a un estadio lleno de gente de todas clases escuchando con atención y participando, haría todo de nuevo. Y cuando salgo a cantar ahora, me doy cuenta que todo lo que viví y busqué servio para algo.

Fonte: Lernoud, Pipo. Revista Canta Rock nº 20, Buenos Aires: Barok S.R.L, 17/10/1984.

Ilustración de Tapa: Augusto Sicardi (https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEhkDiioxrW1D3vmg9QVZxXFOQe1tCTXa5O-IPLF5MdY9AJLghDjQUJ0ly2U9OsC1SXpoIv46g2F4aNSbbE7wk6c5ZydyhibbVHZclIZb2EZKouIzmMRtgm7aJ_CQ4TuoypcQNhC7yfGlVndUH31IYSyCs756QfPSmQX5OFKidnd-LrLl_jPNlu996pP=s600)

Crédito: https://folklore-raiz.blogspot.com/2021/12/revista-canta-rock-n-20-17-de-octubre.html?view=classic

Disponível: https://ahira.com.ar/wp-content/uploads/2020/08/Cantarock-n%C2%BA-20.pdf

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